Los Ángeles

Durante los últimos diez años ha habido una invocación al flamenco, como mirada al pasado para intentar recuperar las raíces, por parte de muchos grupos adscritos a distintas corrientes. Esas miradas al pasado se han quedado, en la mayoría de los casos, en meros ejercicios florales. Nos vale el ejemplo de Los Planetas que, a pesar de hacer buenos discos como La Leyenda del Espacio o Una Ópera Egipcia, la realidad es que únicamente electrificaron las guitarras y los palos. El caso contrario es el de La Bien Querida, cuyo recorrido ha virado hacia la electrónica.

Podemos decir por tanto que el único trabajo que trató de dar una vuelta a las raíces fue Omega (1996), mientras la mayor parte de los grupos de la escena indie seguían el camino del ruido.

Si tan importante fue Omega hace ya más de veinte años, la aparición en la escena de Rosalía nos viene a demostrar que la evolución del flamenco solo se puede hacer desde el propio flamenco. Y luego derivarlo hacia una realidad underground, tan distinta de la imitación pop o de la psicodelia de los 90′.

Rosalía, paya del Baix Llobregat y sin tradición musical en la familia, junto a Raül Refree, presenta en Los Ángeles un cante puro donde las guitarras que la acompañan navegan entre el folk y el pop. No es un disco de cantes alegres. Aquí lo que se propone es una atmósfera lúgubre dedicada a la muerte. Una aproximación al flamenco innovadora cuyos mimbres están en lo antiguo. No en vano, en una entrevista para Tentaciones, reconocía la propia cantaora que Pepe Habichuela le dijo que cantaba como una vieja. Y eso es más que un cumplido viniendo de una familia de flamencos.

¿Estamos ante una evolución? Yo diría que sí. Niño de Elche, Rocío Márquez o la propia Rosalía suponen un intento más para reencontrarnos con esas raíces que tan esquivas nos han resultado siempre.

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